martes, 27 de junio de 2017

ráfagas...

abre el grifo de la ducha
y un intenso aroma a café recién
hecho impregna el ambiente.                                                 resaca.


la pleamar de los dedos, aventurándose
por cada uno de los pliegues
del cuerpo siempre desconocido.


¿y qué queda después de haber franqueado con los pies descalzos
             el ardiente pavés del dolor? ¿la rabia,
                          la conmiseración, la incomprensión de lo acontecido?
                                     de repente, una inexplicable ráfaga de serenidad
                                                    levanta las faldas de la penumbra herida.


de un tiempo a esta parte,
solo bebe en soledad. se cansó de
soltar disparates a los cuatro vientos:
eligió escribirlos.


desandar el presente desde la fabulación del pasado o la añoranza del futuro.


de poco sirvió meter en el baúl la profundidad de su voz, el desparpajo verde de su mirada, las conversaciones infinitas, su modo de leer Rayuela, los pasos desnudos en la madrugada, los orgasmos en cámara lenta o su manera de no decir "te quiero", si al cerrarlo y arrojar la llave al mar del olvido, noche tras noche el oleaje del inconsciente devolvía el pecio, cual resaca, a la orilla del alba.


dejó la novela en el cajón a los pocos meses de iniciarla.
comprendió que tenía que seguir experimentando la poesía en el teatro de la vida.

2 comentarios:

  1. La novela precisa de viento constante. Cuando sople, será el primero en notarlo. Mientras tanto, hace bien en aprovechar las ráfagas. Ah, y guárdeme, si puede, un papel en el teatro de la vida. Antes o después tendré que averiguar si aún sé actuar.
    un saludo cordial

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    1. Gracias una vez más por su brillante aportación. En cuanto a la novela, me temo que lo mío adquiere ya tintes borgianos, vamos, que es algo que doy por imposible. Y respecto al teatro, un consejo, si me lo permite: aléjese del escenario. Algunos de mis mejores momentos han sido entre bastidores. Nos vemos en su blog.

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