lunes, 21 de abril de 2014

"De cómo Juan Ramón Jiménez predijo la llegada de Gabo", por Noemí Montetes-Mairal y Laburta

En abril de 1946 Juan Ramón Jiménez publicó un muy extenso artículo: “El modernismo poético en España y en Hispanoamérica”. No era la primera vez que el poeta de Moguer reflexionaba acerca de esa cuestión, ni sería la última. De hecho, el tema le obsesionaba hasta el punto de que a menudo utilizaba cualquier subterfugio para colarlo de rondón en cartas, conferencias y todo tipo de escritos que abordasen otros aspectos, no digamos ya cuando desde el principio indicaba que ese iba a ser el argumento central de su ensayo: en ese caso los textos solían ser aún más extensos, prolijos, personales –lo cual no implicaba que no fuesen rigurosos- apasionados y muy intuitivos.

Así fue él siempre en sus escritos críticos: subjetivo, en ocasiones excesivamente arbitrario, pero muy a menudo, también, tremendamente acertado, de una deslumbrante lucidez.

Tal es el caso del artículo que nos ocupa.

En él Juan Ramón analiza la estética modernista en el ámbito hispanohablante mientras traza, de modo paralelo, su propia biobibliografía. Da comienzo narrando cómo un jovencísimo Juan Ramón marcha a Madrid invitado por Villaespesa y por Rubén Darío, a quien consideraba su maestro. A partir de aquí pasa a analizar el liderazgo estético de la figura de Darío en el movimiento modernista a ambas orillas del Atlántico, o la influencia de Unamuno en algunos autores españoles. Pero esa no es la razón central de su escrito, como sí lo es desgranar su propia trayectoria literaria en paralelo a la de los autores de los movimientos de vanguardia hispánicos o los del 27, con la intención principal de señalar que sólo J.R.J. –habla de sí mismo en tercera persona- alcanza un grado de magisterio sobre sus coetáneos similar al ejercido por Darío unas décadas antes.

Casi al final del artículo, Juan Ramón, tras realizar un repaso exhaustivo por los poetas más señalados de los dos lados del Atlántico surgidos hasta el momento –y encumbrar entre todos ellos a Lorca y Neruda como merecedores de situarse próximos a J.R.J. y Darío -, se pregunta: “¿Quién será, poetas y críticos, el poeta que llene lo que queda de siglo (…), el que determine una poesía de verdad mayor?”. Para seguidamente contestarse lo siguiente:

"Para mí será un poeta libre, aislado, claro, de forma personal como la de los cuatro influyentes mayores; de realismo májico, pero trascendente; más sensual que Unamuno; más interior que Darío; más jeneral que Antonio Machado; menos socorrido que Lugones; más optimista que J. R. J.; más sencillo que Gabriela Mistral; menos premioso que Guillén; más completo que García Lorca; más sano que Neruda; más unido que Alberti. Y si tenemos en cuenta la predicción de Henry A. Wallace sobre la era, que se avecina, del Pacífico, en la que yo creo firmemente, este poeta, corona del siglo modernista, deberá nacer en Hispanoamérica y del lado del Pacífico, que lo espera."

Hace muchos años que leí este texto por vez primera. Desde el primer momento en que lo hice pensé que quien mejor se ajustaba a esa descripción tan precisa detallada por Juan Ramón, más que un poeta era un narrador, y más que un narrador, un mago de las palabras: Gabriel García Márquez. Y no sólo por esa alusión a un “realismo májico, pero trascendente”, sino porque esa definición parecía encajarle al novelista de Aracataca como un guante. Por más veces que la leyera, ningún poeta sabía resguardarse mejor que él bajo ese paraguas de adjetivos y de maestros.

Sin embargo, García Márquez nunca escribió un verso.

(O quizá sí).

Gabriel García Márquez acaba de morir. Habrá quien haya aprovechado para releer sus libros, sus artículos, sus memorias… a mí no ha dejado de rondarme la cabeza, ni por un momento, el citado artículo de Juan Ramón. Todos estos años me faltaba una pieza para completar el rompecabezas, para acabar de desentrañar el enigma. La tenía tan cerca que no la veía. Tan cerca como en los dos últimos párrafos de “La soledad de América Latina”, su discurso de aceptación del Nobel de Literatura de 1982.

Al final del mismo García Márquez afirmaba lo siguiente:

"Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Ilíada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía."

Aquí está el poeta que Juan Ramón esperaba que llegase "del lado del Pacífico". Aquí tenemos al narrador que nunca dejó de ser un poeta, porque sabía que si quería iluminar la realidad con sus palabras sólo podía escribir poesía. Aunque pareciera prosa.

Tan convencido estaba Juan Ramón Jiménez del perfil que este habría de tener, que lo dibujó con extremo detalle. Y no se equivocó.

“El modernismo poético en España y en Hispanoamérica” apareció en abril de 1946, en el número 16 de Revista de América. Una publicación de Bogotá.


Noemí Montetes-Mairal y Laburta es profesora de Literatura Hispánica en la Universidad de Barcelona y crítica literaria.

(Este artículo ha sido recogido con posterioridad en MONTETES-MAIRAL Y LABURTA, NOEMÍ (2014), Quedan los nombres. Impresiones y lecturas de literatura española contemporánea, Sevilla, Renacimiento, pp. 203-207)

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