primer día de fiestas. remiso como nunca al amuchamiento, desmoralizado por el bochorno implacable y el atronador popurrí de bachata, rumba y son cubano con que desde mediodía asienta sus reales la barra callejera, intercambia su inicial plan de retrospectiva berlanguiana por la contemplación de la multitud que transita bajo el balcón de camino a la placita, con la intención de fantasear alrededor de las circunstancias vitales que han traído hasta allí a la pareja de pijos de piel broncínea y dentadura lustrosa, al tipo con aires de profesor distraído con camisa hawaiana y barba a lo Walt Whitman, a los dos cachas que chocan sus manos con efusiva coreografía, al pelopincho que pasea su acracia entre cumulonimbos de maría, a la familia de revista y a los tres macarrillas de flequillo ensortijado, a la muchacha pizpireta que concita la atención de su panda a golpe de ironía, a la que de una sola abanicada se saca de encima a moscones y pagafantas, al guiri que se embelesa con el caleidoscopio sin percatarse de que le están vaciando la mochila, a la pelirroja que golpea exasperada la puerta del váter móvil mientras Sammy y Rosie se lo montan, a la que bailaría sobre las brasas por el morenazo que tira las cañas, al que se hizo a sí mismo y se pasó con la cocción, a la que se siente culpable y al que la persuade para perseverar en lo inconfesable, a la que está en racha, al que se bate el cobre y al que mira a uno y otro lado para no tropezar con su futuro, al vejete que ofrece un cigarrillo al joven africano que recoge chatarra, al rapero que tararea a Gardel antes de subir al escenario, a quien especula con la vida de los otros desde su balcón...