lunes, 8 de agosto de 2016

Ω

Ω recelaba del dolor como forma de conocimiento. a diario, su coartada existencial se dirimía en la sigilosa pugna entre un caprichoso anhelo de trascendencia -significara lo que significara esta-, y un irrenunciable sentido del deber hacia toda forma de placer efímero. pero los festivos, Ω se solazaba con dilemas más sencillos: el regalado aroma de la bullabesa del bar de la esquina, los ronroneos de un gato agradecido, la música de las palabras stellafiume o pensierola siempre inagotable contemplación de una réplica del Jardín de las delicias.

mediada la tarde de aquel domingo, con los sentidos aún cautivos de la bullabesa, Ω sacó una silla plegable al balcón. se dio unas palmaditas en la tripa y confirmó la creciente flacidez de sus miembros, que confrontó -tal vez con alivio- con la paulatina degradación de las fachadas a la vista. lo cierto es que se sentía feliz como nunca en aquel barrio de calles estrechas al que había llegado siguiendo a un amor demasiado fugitivo como para ser real. el callado rumor de la sedienta protesta de los pensamientos le hizo reparar en que no había regado las plantas en toda la semana. ¿había placer más natural y al mismo tiempo más íntimo que el de ver correr el agua sobre las macetas mientras declinaba la tarde? desde luego, así que abrió una cerveza y se dejó seducir por el fluir del líquido ámbar en su boca, suficiente como para ahuyentar una bandada de presagios de mal agüero.

a Ω, que había alcanzado esa edad en que no abruma la necesidad de camuflarse bajo cualquier excusa, le inquietaba no haber sido capaz de dilucidar todavía en qué orilla del dilema (trascendencia o placer) debía clasificar su afición por las máscaras o su vieja obsesión por conservar llaves y amantes. hacia pocos días había decidido mostrar la puerta de salida a quien había sido su más fiel compañera, la soledad, pero todavía no había dado con las palabras apropiadas. de repente sonó el teléfono, y aunque dudó por un segundo, fuera por la íntima dicha que experimentaba o por pura fidelidad a la amiga del alma, se abstuvo de descolgarlo. contempló las nubes con cómplice complacencia y luego volvió al dominical que había dejado pendiente antes de bajar a comer.

sin saber muy bien el cómo ni el porqué, un artículo sobre la fortuna literaria de la absenta encauzó el flujo de su conciencia hasta la penumbra de una sala en la que el recién aparecido Lou Reed, tras disparar una mirada a la banda, descerrajaba sin concesiones "Paranoia Key of E". A y Ω sacudían sus cabezas y compartían aullidos, mientras ponían a prueba sus respectivas fobias por vez primera. para el bis de Sweet Jane, todos los astros del universo se habían conjurado para que sus cuerpos prendieran la aurora, siempre que mediara una botella de vino blanco y no se les ocurriera espantar la caza con inoportunas palabras de amor. que en los meses siguientes, aquella noche perfecta derivará en un muestrario de pasiones pelícano, recelos octópodos, broncas y reconciliaciones bandoneón y una manifiesta tendencia al erotismo digital daban la medida de una historia que aun sabiéndose tan trivial como otras, se obstinó en travestirse de glamurosa singularidad.

«το 'Αλφα και το Ωμέγα», lo primero y lo último, el origen y el fin. alfabeto deidad, alfabeto realidad, oleada de ideas e imágenes, de fragmentos de nada que amasan un tiempo o quizá un universo, en el fondo de no mucha mayor extensión que la sudorosa sima abierta entre dos cuerpos cayendo pesadamente en su respectivo lado de la cama. a Ω le apremió la necesidad de salir al encuentro de la noche. buscó junto al televisor, en la consola de la entrada, incluso en la cocina y el baño. fue inútil: las llaves no aparecieron. sintió la implosión de todo su ser. luego intentó armonizar su respiración, la discordancia de sus latidos. caballos sin ojos subieron hasta sus sienespara luego alejarse entre una polvareda de olvido.

Ω volvió al balcón con la certeza de haber sorteado una vez más (¿hasta cuándo?) la enésima emboscada del pasado. después, el incorpóreo pájaro de la noche extendió las alas sobre su cuerpo estragado.

2 comentarios:

  1. La soledad en domingo se multiplica por dos. Por cierto, creo que comparto la coartada existencial de su protagonista -supongo que no soy el único- si bien soy de los que deja las llaves siempre en el mismo sitio.

    Ya hemos tenido a Omega en un hotel de montaña, en su piso en la ciudad, ¿se irá a la playa?

    Cordial saludo

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    1. La verdad es que ojalá yo pudiera ser como Ω, al menos en lo tocante a la coartada. En cuanto a la playa, me da Ω que tiene otros planes, sin ir más lejos disfrutar de las fiestas del barrio este fin de semana. Gracias por sus comentarios. Nos vemos en su blog.

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